Pese a todo, el título superligero de la FIB logrado ante
Khan siguió en sus manos porque según los médicos, los niveles de testosterona
encontrados en su sangre indicaban un uso terapéutico que no suponían una
mejora en su rendimiento. El error de Peterson fue no comunicar el uso de esa
sustancia a las autoridades. Su condena, cerca de un año de suspensión.
Pagadas las deudas, Peterson volvía a los cuadriláteros en
un combate en el que buscaba algo más que la victoria: reivindicarse. Era el
momento de limpiar tanta basura, que por su propio error, muchos habían vertido
contra su nombre y logros. El rival que lo recibiría no era moco de pavo: Kendall Holt, uno de los mejores
estadounidenses en la categoría era una buena piedra de toque.
Agresivo, curtido y con hambre, le puso las cosas difíciles
al inicio de la contienda. Tiraba con dureza y mala intención, insistía una y
otra vez y parecía querer hacerle pagar
en carnes el castigo por aquel poco oportuno positivo. Pero Peterson, lejos de
achantarse mantuvo su plan. Cerrado como una ostra, absorbió y esquivó los
golpes de su rival, se mantuvo sereno y esperó su momento.
El 4º asalto supuso el punto de inflexión. Peterson se viene
arriba diciendo ‘aquí estoy yo’,
conecta una buena mano que derriba a su rival y quiebra su estrategia. Desde
ese segundo se convirtió en el dominador, taladrando con constancia a Holt
hasta lograr que no se levantara más y su rabia por todo lo vivido se escapase.
Importante victoria deportiva y anímica para Peterson.
Ahora, expiado de culpas, puede mirar cara a cara a los
grandes nombres de la división. Unificar con Danny García o dar una oportunidad al temido Lucas Matthysse. Prometedor horizonte. Un error tan tonto como
grave pudo tirar por tierra su carrera de no saberlo asimilar convenientemente
pero Peterson, de 29 años, parece haberse repuesto de toda contingencia. Ha regresado
justo a tiempo.
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